jueves , 1 junio 2023

La debilidad por la plata «física» se paga caro

2089247w180Por Héctor M. Guyot

Nada es para siempre. Por más que la liturgia peronista le haya dedicado su día más sagrado, la lealtad dura lo que duran el poder y el dinero. Sólo Cristina fue eterna, y apenas por un rato. Caída ella en desgracia, la red de complicidades que durante una década les permitió a los Kirchner ir por todo con una impunidad casi absoluta empezó a desintegrarse. Aquel escudo protector que parecía indestructible, ese ejército sumiso de jueces, fiscales, legisladores, gobernadores, periodistas y empresarios dispuestos a todo por defender a su jefa, resultó al fin sensible al cambio. Hay un nuevo escenario, pero los actores son los mismos. Jueces que ayer no veían la punta de su zapato hoy son capaces de distinguir, como el resto de los mortales, a un grupo de diligentes muchachos que empaqueta cinco millones de dólares a destajo en los sótanos del gobierno anterior, así como experimentados legisladores o viejos caudillos de provincia que defendían con soberbia el desguace del país y sus instituciones de pronto descubren, en el otoño de su servicio a la patria, las virtudes del pluralismo y la tolerancia.

La función debe seguir, y hay lo que hay. Según parece, los hilos sueltos de esa red cuya trama ocultaba al rey desnudo le van a dar forma al próximo acto. Hacia allí parecía asomarse la mirada perdida de Lázaro Báez mientras lo llevaban esposado al destacamento: tenía enfrente el abismo al que acaso no acepte descender en soledad, ahora que quedó abandonado y sin protección. Pero quizá aquellos ojos vacíos no apuntaban al futuro, sino al pasado, a ese día lejano en el que todo empezó, cuando un tipo alto y desgarbado irrumpió en su rutina de empleado raso con un brillo esquivo en las pupilas y una tentadora propuesta bajo la manga. Hasta es posible que, con un policía de cada lado y en medio del repudio de la gente, Báez se haya considerado el primer engañado en esa larga cadena de engaños que resultó el kirchnerismo.

«Tengo sesenta años y he vivido prácticamente toda mi vida en Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. Carezco de cualquier antecedente», dijo en su escrito de descargo. Suena enternecedor, pero ése es precisamente el problema. Antes de la manzana que le tendió Néstor Kirchner, Báez carecía de todo lo que tiene ahora. Era un cajero de banco que contaba plata ajena. Hoy su imperio, al menos allí donde resulta mensurable, incluye más de 200 propiedades sólo en Santa Cruz. Y, según dice en el escrito donde desestima la acusación de lavado de dinero, el volumen de sus negocios le permite andar con casi siete millones de dólares en el bolsillo. Eso que aquel grupo de emprendedores contaba con tanto fervor en La Rosadita, alegó, era el producto de la venta legal de 79 viviendas que construyó en un barrio cerrado… con amenities.

Tenía disponibilidad patrimonial y financiera, claro. También, un amor evidente por el billete, por el dinero en «físico», como le gustaba decir al valijero Fariña, sentimiento que lo emparentaba con su descubridor. Esa debilidad por el papel contante y sonante tiene la virtud de convertir una abstracción, como por ejemplo una suma sideral de dinero, en algo bien concreto, capaz de generar una imagen abrumadora y una pregunta legítima y urgente: ¿adónde la tienen?

Es allí cuando en el imaginario aparece la escena de un Kirchner en éxtasis abrazado no a una caja fuerte, sino a la inviolabilidad de la caja y, por extensión, a lo que guarda adentro. Lo que parecía leyenda urbana quizá no lo sea: tarde o temprano, los investigadores podrían encontrar las famosas bóvedas en las que, dicen, se esconde parte del dinero acumulado durante los años del latrocinio kirchnerista.

Mientras Macri intenta conjurar un incómodo fantasma del pasado, en el acto que comienza muchos actores se disputan la escena. Además de Báez, detenido junto con su contador Daniel Pérez Gadín, también cayó preso el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime, en tanto declaran o declararán como indagados en distintas causas de corrupción Federico Elaskar y Fariña, Julio De Vido y la mismísima Cristina Kirchner. Más atrás, Boudou precalienta. Para hacer más entendible un libreto lleno de vericuetos y oscuridades, y para orientar al espectador acerca de quién es aquí el verdadero protagonista, Elisa Carrió propone ver el todo detrás de la parte y habla de asociación ilícita. Eso acaso permita empezar a responder la otra pregunta pendiente, quizá la más importante: ¿quién tiene hoy la plata de todos cuya ausencia paga tan caro el país entero, pero en especial los pobres que iban a ser salvados por la revolución?

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