miércoles , 29 noviembre 2023

Cuando Río Gallegos se volvió invivible

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Por Pablo Gustavo Beecher  LA OPINIÓN AUSTRAL.
Río Gallegos .- Como periódicamente acostumbro a hacer- pensaba escribir sobre algún tema histórico, cultural o científico. En este caso preparaba un artículo referido a los primeros médicos de la región, sobre todo de Carro y Zumalacárregui que además fueron intendentes de la comuna (se lo prometo para la próxima). Esto pronto lo asocié con el conflicto de los municipales y aquí me di cuenta de que en algún momento necesitaba referirme a la situación caótica que estamos viviendo en Río Gallegos. Me parece ver cada mañana que la transito una ciudad recién bombardeada: calles rotas, sumideros colapsados
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El cuadro de situación: basura y perros abandonados

El viernes 3 de julio me invitó el periodista Leandro Doolan a su programa “Así estamos” de Radio Nuevo Día (102.7) -que conduce junto a José Antonio Villanueva- para que conversáramos acerca de nuestra idiosincrasia: la galleguense. Me interesó sobremanera el tema porque durante los últimos días rondaba en mi cabeza esta idea de intentar hallar una explicación racional a lo que nos está sucediendo como sociedad galleguense. Me parece que el tema de la basura -producto de la falta de recolección como consecuencia del paro municipal- esconde un rasgo más profundo de nuestra realidad, con información mucho más potente. Esto viene de antes.

Debo aclarar que no me interesa abordar el tema del conflicto laboral, sencillamente porque no conozco en detalle los pormenores, las internas, etcétera. En cuanto a la clase dirigente siento como ciudadano-vecino que están desbordados, que está claro que desde hace mucho tiempo no nos representan, que deberían cuestionarse sobre su rol público y el fracaso rotundo de su gestión, asumir el costo político y si aún guardan un atisbo de dignidad, dedicarse a otra cosa.

Es más, creo que la basura que vemos en la calle no es mucho mayor a la que estábamos acostumbrados a ver con anterioridad a este prolongado paro municipal, por eso digo que este tema de la idiosincrasia y la mugre vienen de mucho más atrás: somos una comunidad sucia y nos fuimos acostumbrando a vivir en la mugre, testigos a cada momento de algún acto desaprensivo de unos hacia otros. El dicho reza: “Una ciudad limpia no es la que más se limpia sino la que menos se ensucia”. ¡Hasta a alguno le escuché decir que el problema de la basura era el viento!… ¡Paremos el viento!

¿Qué puedo decir del problema con los perros? Consideremos dos tipos: los sueltos -con propietarios- que pueden ser peligrosos y los abandonados -dóciles- que dan un panorama desgarrador.

Es muy interesante. En mi infancia los perros callejeros no eran muchos y los conocíamos como los “cuzcos”, “cualquier cosa” o “marca perro”. Un verdadero perro de raza poca gente poseía porque eran costosos y había que adquirirlo en algún criadero de Buenos Aires. Más adelante esto devendría en una moda canina, de hecho desde la antigüedad los perros de raza fueron símbolo de status y en cierta medida lo sigue siendo. En los años ´80 estuvieron de moda los Collies, Bóxer, Dóberman, Cocker, quizás Pekinés y siempre el clásico Ovejero alemán (conocido como “policía” o “manto negro”) que nunca pasa de moda (y a mi entender la mejor raza). En los ´90 hubo un boom de nuevas razas que se pusieron de moda: sobre todo los Siberianos, Kuwatz y en la década siguiente: los Labradores, Golden retriever, Beagle, Rottweiler, Pitbull, entre otros, y últimamente los pequeños como Yorkshire y Caniche.

¿Cuántos de ellos tuvieron o tienen la dicha de completar toda una vida perruna digna? Hay mucha gente que ama a sus mascotas y las considera un miembro más dentro de la familia, incluso hasta ocupan un lugar privilegiado en el hogar, pero también existen personas dañinas que no les tiembla la mano al momento de echar afuera a un perro o un gato a su suerte.

Muchos de estos pobres animales fueron descendiendo de categoría para transformarse en callejeros o tal vez sus cachorros inauguraron la nueva camada de cruzas y ahora vemos exponentes de esas razas o sus “bastardos” abandonados tristemente por toda la ciudad y multiplicándose de manera preocupante. En la avenida Roca, los ingresos a los comercios o instituciones, buscando un reparo o que alguien se apiade y los alimente o recoja.

El entusiasmo de sus propietarios o de los niños de la casa pasa bastante rápido cuando comprenden que la tenencia de una mascota va más allá del juego y descubren la implacable palabra “responsabilidad” con la tarea de alimentarlos, resguardarlos, pasearlos, limpiar sus excrementos, además de los gastos de balanceado y atención veterinaria. Ni mencionar cuando algún iluminado quiere sacar ventaja cruzando indiscriminadamente una hembra para obtener una tajadita económica… Es así como se destruye una raza.

Cabe resaltar que es admirable la tarea que llevan adelante las organizaciones de protección al animal que disponen en los barrios los tráiler para ofrecer el servicio de castración. Incluso, muchas veces, esfuerzos individuales con la función de ubicar o reubicar animales domésticos. El problema es que mucha gente durante estas campañas ni siquiera se toma la molestia de llevar a su perra para intervenirla. Falta comunicación. Falta educación. Falta legislación. Falta sanción.

En vísperas de las vacaciones es el momento en que más perros se abandonan porque se convierte en un problema para los ansiosos viajeros dónde dejarlos o contar con alguien que los cuide. Otro cuadro surrealista de esta ciudad lo completan los imbéciles que pasean a sus perros, pero motorizados, dejando que el pobre animal corra desesperado detrás o al costado del vehículo con todo el peligro que conlleva.

Continuando con el tema: ¿Cuántas personas mordidas, niños lastimados, tienen que haber para que se tome este asunto con mayor seriedad? ¿Cómo puede ser que los propietarios de los perros -posiblemente peligrosos- los dejen sueltos durante todo el día?

Por otro lado es conmovedor observar perros hambrientos, lastimados, abandonados en cualquier parte de la ciudad. Detrás de cada animal abandonado hay una responsabilidad humana (o debo decir irresponsabilidad), es decir alguien que no actuó debidamente, una mano distraída o malvada. No podemos hacernos los desentendidos con este tema. ¿Qué les enseñamos a los niños?

La idiosincrasia galleguense

Me encanta mi ciudad. Amo Río Gallegos. Es donde nací, crecí, trabajo y me desarrollo personal, social y profesionalmente, pero también soy realista y reconozco que es una ciudad bastante fea, chata, desdibujada, pobre, carente de bellos paseos ni siquiera posee monumentos importantes, pero igualmente la sigo amando y eligiendo como lo hizo mi familia desde la década de 1890.

En la radio me preguntaban sobre nuestra idiosincrasia galleguense -o santacruceña- si queremos ir más lejos. ¿Qué somos? Además de argentinos, santacruceños y en este caso, galleguenses. ¿Qué fuimos antes? Y aquí surge el interrogante sobre el “ser” santacruceño. ¿Qué somos?: ¿tehuelches?; ¿malvineros?; ¿europeos, gringos?; ¿chilotes?, ¿norteños? Nada de eso, porque somos argentinos, sin embargo y paradójicamente, también somos todo eso que mencionaba anteriormente como producto histórico humano social. ¿Cómo nos definimos? ¿Cuál es nuestra idiosincrasia entonces? La de un migrante.

El problema de nuestra idiosincrasia o su naturaleza es que se encuentra en formación desde hace muchos años y todo indica que seguirá en este proceso por muchos más. En este lugar geográfico -cien años atrás- no alcanzaba a conformarse una identidad propia, luego de una oleada migratoria, que nuevamente fue arribando otra y así sucesivamente hasta la actualidad donde sigue llegando gente mientras otros parten.

El paisaje inhóspito y sobre todo el clima adverso hicieron que al principio algunos inmigrantes no lo soportaran. El arraigo fue tan difícil que el lugar se presentaba claramente como de tránsito: para hacer alguna diferencia de dinero y luego volver al lugar de origen, aunque muchos después se daban cuenta de que les sería muy difícil reinsertarse en el ámbito que habían dejado atrás. El trabajador “golondrina” era común en las primeras estancias y en los frigoríficos, como el aventurero, que “probaba suerte”, buscando oportunidades, para ver si podía “hacerse la América” y luego retornar a Europa.

Es decir que muchos sujetos deambulaban por estas latitudes decididamente de paso durante las primeras décadas del siglo XX y esto es lo que fue dificultando la conformación de un grupo social que tuviera cierta cohesión. En los censos poblacionales y en la documentación de las primeras instituciones observamos infinidad de nombres de personas a las que luego se les perdería el rastro. Ellos efectivamente estuvieron algunos años por aquí, pero después se marcharon por diversas circunstancias.

A este cuadro sumémosle la figura del “destino castigo” adonde enviaban a algún empleado público (Correo, Banco, Hospital, Cárcel o de las fuerzas castrenses) durante algunas temporadas para purgar de su currículum alguna situación dudosa.

Mientras tanto, muchos pioneros se quedaron a vivir aquí donde la actividad rural motivó la actividad urbana dando inicio a los pueblos. Esa explotación ganadera -que demandaba cada vez mayor mano de obra- iba recibiendo a cientos de chilenos (sobre todo chilotes) en busca de trabajo, algunos vivían el año redondo en la zona y otros fueron también “golondrinas”, viniendo solamente en las temporadas de esquila a las estancias o de faenas a los frigoríficos. Más adelante vendrían sus mujeres, nacerían sus hijos, dejarían el campo y se afincarían en los pueblos para que los niños fueran a la escuela. Esa escuela que contribuiría a homogeneizar a la nueva generación argentina: los hijos de pioneros.

Hasta los años ´50 y ´60 parecía ir conformándose un “ser santacruceño”, fusión entre los pocos tehuelches que sobrevivían, los pioneros europeos y los chilenos, todos ellos arraigados entre el campo y el pueblo más cercano. El Estado estaba prácticamente ausente. Ellos se las arreglaban con su sistema de asociacionismo muy bien organizado: los socorros mutuos.

En 1955 -luego de la provincialización- empieza a cambiar lentamente este panorama hasta que surge un “papá” Estado con un abanico de reparticiones públicas tan necesarias para la vida institucional provincial, sin embargo el rol trascendente de una incipiente administración pública calificada -que permitía desarrollar una carrera laboral- pronto sería bastardeado.

Esta es una bisagra fundamental: un cambio de época que de alguna manera hace mella en la cultura del trabajo como tradicionalmente se la conocía.

El motor económico determinado por la ganadería ovina desde la fundación del Territorio empezaba a transformarse hacia la explotación carbonera, petrolera y gasífera.

En este momento aparece en escena la migración interna, es decir, profesionales, técnicos, docentes, operarios, que optan por Santa Cruz para desarrollarse laboralmente porque sus provincias de origen no les ofrecían mejores posibilidades. Es decir que pasamos de la migración externa inicial a la migración interna que lleva más de seis décadas con ciertos altibajos según la economía nacional o las regionales, además de una última migración correspondiente a los países limítrofes como Bolivia y Paraguay.

En estas últimas décadas surge con énfasis una administración pública tipo “industria”, sobredimensionada a más no poder, además de un aceitado sistema de dádivas: un caldo de cultivo inmejorable para persuadir y amedrentar a la población a la hora de votar.

Entiendo que este es -a grandes rasgos- el mapa humano que tenemos y de ninguna manera pretendo abrir un juicio de valor respecto a algún tipo de calidad humana ni mucho menos. Habrá buenos y malos exponentes en todos los grupos sociales, evitemos generalidades, rótulos y clichés. Hagámonos cargo. Somos esto.

El aquerenciamiento rengo

Esta fue la característica de nuestra comunidad desde el inicio: un lugar evitable en lo posible o de tránsito donde un puñado de familias de distintas colectividades consiguieron adaptarse y arraigarse. Quien se arraiga es muy probable que llegue a amar el suelo que habita, entonces se produce un aquerenciamiento que seguramente lo conduce a ser respetuoso del medio ambiente social y natural. Esto es ni más ni menos que el proceso de endoculturación a través del cual un individuo aprehende su cultura, se transforma en persona y llega a ser parte del grupo. Es sinónimo de socialización. Es justamente lo que nos está faltando.

Una característica de nuestra sociedad es la segmentación producto de la dinámica de su conformación: accidentada, volátil. Esta carencia de un común denominador social lleva a una multiplicidad de interpretaciones sobre la manera en que nos apropiamos del espacio público. Un espacio que no todos vemos de la misma manera y al que buena parte de la población no le interesa en lo más mínimo. ¿Cómo vemos el espacio público? …Como un calidoscopio en constante movimiento con el que no podemos ponernos de acuerdo acerca de eso que vemos.

El clima -pocas veces benévolo- lleva a que tengamos una vida cotidiana de puertas adentro, y de la línea de edificación hacia afuera todo parece ajeno, un mundo extraño que conviene surcar motorizado. ¿De quién es ese mundo?; ¿A quién pertenece?: ¿Del gringo?; ¿Del chilote?; ¿Del norteño?; ¿De la clase alta?; ¿media?; ¿baja? Porque pareciera que si es de uno, no es del otro, entonces como no es mío, no importa, lo desprecio.

El espacio público

Esta diferencia en la manera de apropiarnos de lo público provoca abismos entre las personas porque acaso lo que uno puede considerar valioso, para el otro carece del menor valor.

Es interesante observar de qué manera nos relacionamos con lo público. Un servicio público o un espacio público son un sitio físico, un bien común que compartimos y empleamos entre todos dentro de una comunidad. Es de todos y paradójicamente de nadie en particular. El hospital, la escuela, las calles, las veredas, las plazas, los baños públicos, los receptáculos de los cajeros automáticos, los aeropuertos, terminales de colectivos, etcétera. Un concepto filosófico lo explica como el “no lugar” del mundo moderno -que también se extiende a los shoppings- aquellos lugares que tienen una función determinada, pero en los que solamente estamos de paso, simplemente de tránsito, sin embargo es imprescindible que estén en buenas condiciones porque los transitamos todos, es decir que quizás hoy los transito yo, pero mañana vos. ¿Qué impresión nos da ingresar a un baño sucio?

El tema de lo público nos cuesta mucho todavía. ¿Cómo se aprende a convivir con lo público de manera de no joderle la vida al otro?; ¿No está claro que para que existan derechos también deben haber obligaciones?… Intentemos poco a poco una respuesta aceptable…

El rechazo al espacio público o a descuidarlo habitualmente creo que se debe al defecto de que mucha gente no lo considera propio. Una comunidad debe apropiarse simbólicamente de sus espacios públicos con el mismo afecto, con el mismo cariño que una persona cuida de su hogar.

En un congreso organizado años atrás por el Consejo de Educación Católica local, dependiente del CONSUDEC, uno de los disertantes abrió el encuentro con un planteo seguido de interrogante: “Llegamos manejando nuestro automóvil al cruce de una ruta en medio de un paisaje desértico y deshabitado. En el lugar hay un semáforo en rojo, sin embargo vemos claramente que no viene nadie ni de uno ni del otro lado: ¿Qué hacemos?…

En la respuesta reside cómo somos y cómo actuamos… Esto tiene que ver con la ética: “la manera correcta de hacer las cosas, aquello que hace que la vida merezca ser vivida”, diría Wittgenstein.

En este mismo sentido puedo agregar este descubrimiento o más bien prejuicio… En el verano de 1991, durante un viaje al Chaltén, con amigos, se acercó amablemente el guardaparques para advertirnos sobre las reglas del campamento, sobre todo para que no arrancáramos ramas de los árboles al momento de encender fuego porque solamente estaba permitido quemar las que se encontraran en el suelo o bien en la orilla del río De Las Vueltas. En las carpas vecinas -habitadas generalmente por europeos- me parecía ver un tipo de gente de considerable nivel intelectual y sentido común, entonces consulté al guardaparques -aprovechando su presencia- sobre la forma de ser de estos turistas y le dije: “Imagino que los extranjeros deben ser los más obedientes, limpios, ordenados y ecológicos”. Me llamó poderosamente la atención su respuesta: “No te creas. Para nada. Ellos son así solamente si se los controla y sanciona como en sus países de origen, de lo contrario son igual de sinvergüenzas o sucios que nosotros”. Esto quiere decir -comprendí- que algunas personas son respetuosas con las buenas normas de convivencia por la educación que recibieron y también por voluntad propia, pero además están los que necesitan de un empujoncito para portarse bien. ¿Será que con la buena voluntad no alcanza? No. Claro que no.

¿Qué es lo primero que hace el sujeto que detiene el vehículo para tirar la basura en cualquier parte de la ciudad, sobre todo en las afueras? Mira a su alrededor para cerciorarse de que nadie lo está observando y recién allí, imbuido de esa tranquilidad, arroja la basura o abandona un animal. ¿Por qué este comportamiento? Sencillo. Porque sabe perfectamente bien que lo que está haciendo es incorrecto… ¿Por qué cuando viajamos a Punta Arenas nos cuidamos tanto de no cometer contravenciones? Porque sabemos que los chilenos son severos con el cuidado del espacio público. Somos hijos del rigor.

Una propuesta

Entiendo que la Municipalidad -dejando de lado el paro- venía atendiendo de alguna manera el tema del saneamiento de la ciudad, pero está claro que no es suficiente. Existe además el valioso aporte de ONGs preocupadas por el medio ambiente que aportan inquietudes.

¿Cuál creo que es la solución más inmediata para “cortar por lo sano”? Un sistema de penalidades reglamentado con multas severas muy bien promocionadas de antemano para advertir a quien arroje basura en los espacios públicos. Plazos prudentes para retiro de chatarra o cualquier escombro o basura sobre las veredas de los usuarios. Un equipo de patrullaje motorizado en los puntos más críticos de la ciudad y los alrededores con el poder de policía para detectar las contravenciones y labrar actas. Un número telefónico donde también se puedan recibir las denuncias. Un mapa con los contenedores disponibles ubicados en lugares estratégicos. Que se advierta sobre la limpieza de veredas y frentes que son responsabilidad de cada vecino, y tenencia de mascotas dentro de la propiedad, con un seguimiento casa por casa, manzana por manzana. Erradicación de los mini-basurales y promover un debate sobre la dinámica que adoptará en el futuro el Vaciadero. Buena difusión de las nuevas reglas de juego y una serie de campañas de concientización dirigida a los vecinos.

¿Falta personal en las reparticiones públicas para concretarlo? No. Al contrario. Sobra. ¿Habrá que reasignar funciones? Seguramente. Es garantía de empleo. Es ser útil. No creo que ningún gremio se oponga. Créanme que solamente cuando nos duela pagar una multa, tomaremos en serio el tema de ensuciar la ciudad. Hagamos el intento. Que los asesores o creativos de las plataformas políticas de los candidatos pulan una propuesta. Al menos una.

Mientras tanto: ¿Cuál es la solución a largo plazo? La educación. Claro. Siempre, pero es una solución muy a largo plazo. Esto significa que comenzamos en el Jardín de Infantes y que lleva muchos años para que se produzca el cambio necesario.

Un cierre

Más allá del color político no entiendo por qué algunos se esmeran tanto por conseguir la intendencia si después no saben cómo desenvolverse. O bien lo entiendo: es un motín.

En las últimas elecciones, cuando finalmente coincidió el mismo color político tanto en Nación, como en Provincia y en el Municipio -como una “Santísima Trinidad”- ingenuamente pensé: “¡Gallegos va a ser París!” porque eso seguramente significaría un importante caudal de recursos (y ni hablar si la comunidad contara con los recursos que constantemente devora la corrupción endémica que padecemos). Me equivoqué, lamentablemente. Gallegos no iba a ser París, ni Chivilcoy, ni Disneylandia, ni nada.

El egoísmo y la desidia de esta clase política mediocre llevaron a Río Gallegos a esta situación calamitosa a la que irónicamente nos obligan a acostumbrarnos e irremediablemente nos vamos acostumbrando, pero tampoco surge una reacción del hartazgo por parte de los ciudadanos porque -como explicaba- no existe la cohesión social necesaria. Sin ir más lejos: cuando se organiza una concentración de vecinos, reclamando una solución, no se reúne más que un puñado de personas. 

Ahora los candidatos están en campaña para las próximas elecciones… ¿Cuáles serán sus propuestas concretas? más allá del típico relato endulzante. 

Este es mi punto de vista que no tiene otra intención más que verbalizar la impotencia que siento como ciudadano al ver que la ciudad no tiene rumbo. Mi mayor anhelo es que cada segmento social, cada tramo, pueda conectarse con el otro desde algún lugar y podamos entre todos construir una ciudad limpia, no digo bella, solamente limpia, ordenada, vivible.

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